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¡No creas todo lo que te han enseñado!

Cuando comencé a dar mis primeros pasos en el arte ecuestre a los 8 años creía, al igual que muchas personas, que montar a caballo se trataba simplemente de subir, andar y que el caballo de alguna forma “tenía que saber” qué era lo que yo esperaba de él. Cualquier desvío entre esa expectativa y la realidad era el resultado de su mala voluntad y/o estupidez. El caballo era “bueno” cuando hacia lo que yo esperaba de él, “malo” cuando no lo hacía, y “loco” cunado la diferencia entre la expectativa del jinete y la conducta del caballo era tan grande que las respuestas del caballo se tornaban peligrosas.

Afortunadamente en mis 22 años de carrera como jinete tuve la suerte de cruzarme con varios de esos caballos “malos” y “locos”. Y digo afortunadamente porque si no fuera por ellos, tal vez nunca habría comenzado a hacerme preguntas. Si observamos a los caballos en estado salvaje, no existen los caballos “locos”. Una manada en libertad funciona en perfecta armonía entre todos los integrantes.

¿Cómo podía ser que esa armonía se disolviera en el momento que un caballo perfectamente equilibrado en su estado natural era traído a nuestro mundo?

Una de las claves más importantes a la hora de responder esa pregunta me la dio Adel. Su dueño había venido con el planteo de que no podía controlarlo, era muy nervioso y no podía “hacer que bajara la cabeza”.

Adel era de ese tipo de caballo que se asusta de todo (o de nada). En cualquier momento y sin razón aparente podía saltar hacia un costado, escapar, o simplemente darse media vuelta y salir disparado. En ese momento, ya no respondía a ninguna orden y podía llevar un rato conseguir que volviera a parar. Sus dueños habían probado todas las embocaduras posibles, pero ninguna parecía ser suficiente para controlarlo.

Y el motivo por el cual las embocaduras no daban resultado era el siguiente: estaban intentando controlar a su caballo mecánicamente, cuando lo que él necesitaba era que entendieran su mente.

En el intento de cumplir únicamente con las exigencias de la performance nos habíamos salteado una de las reglas de la naturaleza más importantes: la de la psicología. Esto es relacionarnos con el caballo con la conciencia clara de que se trata de un ser vivo, con voluntad, pensamientos y sentimientos propios. Y que muchas veces estos son diferentes a los nuestros. Esta es la primera regla que debe ser comprendida y respetada por un Maestro de Caballos.

Lo que Adel me enseñó fue que cuando se asustaba de la cerca blanca frente a la cual ya había pasado 400 veces, no era realmente de eso que se asustaba, lo que buscaba era escapar de toda la situación. Ante todo era un caballo que no se sentía seguro conmigo ni con la idea de ser montado. En algún momento había aprendido que dejarse montar era menos doloroso que resistirse, que las consecuencias desagradables por resistirse a un jinete eran aún peores. Pero eso no hacía que él se sintiera más cómodo.

En su mente, la combinación de su instinto de supervivencia y su experiencia previa con las personas le decía solo una cosa: no es seguro estar aquí. Mientras estuviese montando un caballo asustado y desconectado, no iba a haber herramienta física que lo ayudara.

Uno de los principales errores que los jinetes cometen es utilizar los implementos involucrados en el entrenamiento de su caballo como formas de coacción, en lugar de lo que realmente son: Herramientas de comunicación.

La coacción enseña al caballo que las personas son algo a lo que deben reaccionar (o si no habrá malas consecuencias).

La meta número uno, dos y tres de un maestro de caballos debe ser presentarse al caballo como un individuo, con el cual ellos se van a relacionar y ensenarles a responder. No a reaccionar. Posicionándonos como líderes naturales, frente a una situación desconocida o de tensión, nuestro caballo elegirá acudir a nosotros por protección, en lugar de escapar de nosotros (o con nosotros a cuestas).

Me deshice de todas las embocaduras complejas. No solo eso, sino que por los primeros días, me olvidé de montar. Dedique tiempo a construir una relación.

A diferencia de otros caballos con los que había trabajado, Adel tenía miedo real por las personas. Cualquier gesto brusco, movimiento rápido o sonido fuerte a su alrededor era suficiente para asustarlo. Cuando estaba dentro de su box, se apretaba contra la pared del fondo con la cabeza alejada, mirándote por el rabillo del ojo, con las orejas agachadas hacia atrás. Si lo sorprendías mientras estaba comiendo, automáticamente dejaba de comer.

Era triste de ver, y resultaba sorprendente como a pesar de ese miedo, no se trataba de un caballo salvaje. De alguna forma, y con mucho nerviosismo, aceptaba el manejo diario. Era un caballo que se montaba con regularidad, incluso saltaba y competía. A pesar del miedo había aprendido a no resistirse, habíamos matado su espíritu.

Recordé una de las lecciones que había oído de uno de los maestros de adiestramiento: “El único pensamiento que necesita pasar por tu mente a la hora de entrenar una caballo es el siguiente: Tengo tiempo”.

Conociendo y respetando las reglas de la psicología y sin ningún tipo de apuro, fui lentamente ganándome su confianza. Al principio trabajamos mucho desde el piso, asegurándome de construir una relación y sentando las bases de la comunicación. Luego empezamos a trabajar montado, nuevamente con una embocadura y una mano suave. A medida que Adel confiaba más en mí y en que no iba a lastimar su boca con ninguna acción brusca, comenzó a relajarse.

Uno de nuestros mayores éxitos fue un día en que lo había dejado comiendo pasto al borde del camino. Yo lo sostenía con un cabestro largo mientras conversábamos con mis compañeros. En un momento paso un auto por la calle. Adel se asustó al principio ante el ruido, pero en lugar de salir corriendo descontroladamente (como habría hecho solo unas semanas antes), se acercó a mí con gesto nervioso pero controlado, como diciendo “¿Qué es eso? ¿Qué hago?”. Lo acaricie y le dije “Tranquilo, no pasa nada”. En seguida volvió a bajar la cabeza junto a mí y siguió comiendo.

Así son los éxitos con los caballos, mágicos y sutiles. Y es la acumulación de una victoria sutil sobre otra que nos trae las victorias más grandes. Es el deseo de una gran victoria sin valorar el pasaje por los pasos previos más sutiles lo que muchas veces determina el fracaso.

En poco más de un mes Adel ya trabajaba mucho más cómodo y relajado. Trabajando muy suavemente con las riendas, dejándolo expresarse en su movimiento natural y buscando lentamente que este se volviera más armónico y redondo hasta que finalmente conseguimos ese “bajar la cabeza” que su dueño buscaba.

Lo que sucedió a continuación fue la lección más dura que tuve que aprender. Una vez visto el resultado que deseaba, el dueño de Adel quiso volver a montarlo. La verdad es que aquellos que amamos a los caballos muy rara vez tenemos malas intenciones, pero al dejarnos llevar por el apego a nuestro ideal de lo que quisiéramos poder hacer ya con nuestro caballo, es que muchas veces nos disparamos a nosotros mismos en el pie. Yo misma tuve que pasar por infinidad de métodos y prácticas de entrenamiento las cuales me parecen ahora absurdas, ya que en su momento mi falta de conocimiento y la búsqueda de respuestas no siempre me llevaron al mentor correcto.

Así es que al ver el progreso que estaba haciendo Adel su dueño apareció un día con una “nueva” embocadura “mágica” que seguramente iba a ser la solución a todos los problemas que él tenía con su caballo. Desconozco aun el nombre de esa embocadura pero “dispositivo de tortura” le va bien.

En los siguientes días no pude hacer más que ser testigo de cómo todo el trabajo de construir la confianza de Adel y desaparecía en un abrir y cerrar de ojos. En una semana volví a ver al mismo caballo asustado y desconectado del primer día. Me pidieron que lo montara pocos días después, quería saber mi opinión sobre su nueva “gran idea”. Todavía no se bien como no me baje del caballo llorando. La soltura de su movimiento había vuelto a desaparecer y donde antes habíamos conseguido una respuesta suave y sutil a las riendas me encontré con un cuello rígido y poco flexible.

Como dije, no había malas intenciones en esta persona, como me lo demostró su cara de sorpresa cuando le dije mi opinión sobre la respuesta de Adel a la nueva embocadura, sólo falta de conciencia en cuanto a cuales eran las verdaderas necesidades de este caballo en particular.

Fue aquí que me di cuenta de que no había conocimiento, práctica o habilidad que yo pudiese desarrollar a la hora de reentrenar caballos difíciles, que pudiese hacer una diferencia para los caballos y las personas que venían a mí. Tenía que desarrollar una nueva habilidad. Por sobre todas las cosas, tenía que asegurarme de que todo el trabajo que ponía en rehabilitar a un determinado caballo no se fuera por el drenaje a la hora de volver con su jinete. Tenía que empezar a educar a las personas.

El método UNO es el resultado de esto. No buscaba crear otro programa de doma, o de entrenamiento, o de como “aprender a montar”. Necesitaba algo que fuese a la raíz misma de lo que la relación con un caballo significa. Algo que llevara a los amantes de caballos de todo tipo desde la base, hasta los niveles más altos de performance, sin por ello sacrificar la esencia. Finalmente di con el concepto que más claramente describía mi viaje, el propósito que buscaba compartir con otros amantes de los caballos en todo el mundo:

“El método Ser UNO no busca formar domadores, no busca entrenar jinetes, ni buenos deportistas. Busca formar Maestros de Caballos.

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